Históricamente, la agricultura hidropónica se comenzó a estudiar a partir del año 382 a.c, no obstante, existen pocos registros al respecto. Durante el mandato del emperador romano Tiberio, se empleaban técnicas aéreas regularmente controladas para cultivar pepinos, lo cual se sobreentiende fue uno de los primeros pasos para el desarrollo de un método hidropónico.
Sin embargo, no fue hasta el año 1600 d.C que se documentó dicha experiencia de manera científica gracias al belga Jan van Helmont, un químico y físico que comenzó sus experimentos dirigidos hacia la bioquímica de las plantas y el cual que re-definió el proceso de la fotosíntesis a través del descubriendo de los gases discretos que emanaban las mismas.
Una vez conocido este estudio y 20 años luego, es Francis Bacon, escritor inglés y padre del empirismo científico quien retoma esta investigación y hace nuevos aportes a lo que se conocería luego como la hidroponía. Gracias a la descripción e identificación de aquellas plantas que carecían de sustrato para su desarrollo, y mencionadas en su libro Sylva Sylvarum, que John Woodwar (…) posteriormente en 1699 logra cultivar plantas en agua y determinar que el crecimiento de las mismas estaba ligado a ciertas sustancias que se obtenían del líquido vital en conjunto con algunos nutrientes que desprendía el suelo, empleando agua destilada y no tratada para comparar dicho procedimiento.
Esto llevó en 1804 a que el científico Ferdinand De Saussere, determinara que el agua, el aire y la tierra eran elementos fundamentales y necesarios para la maduración de cualquier tipo de flora, abriendo paso a la creación de soluciones para cultivos sin suelos y las cuales fueron puestas en marcha en 1860 gracias a Julius Sachs y Wilhem Knop dos botánicos alemanes interesados en este tipo de método con fines educativos y para la investigación.
Una vez llegado el siglo XX, se comenzó a sugerir el uso de esta técnica dentro de la agricultura como una manera alterna para la producción de víveres y flores, sin embargo, el empleo de la misma no se ve plenamente circunscrito en la práctica hasta finales del mismo, donde aún, y durante el transcurso del siglo XXI, sigue siendo el uso del suelo el lugar por antonomasia para obtener alimentos como frutas y hortalizas.
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